Llegaban al zócalo del pueblo e instalaban el equipo: un proyector, altavoz y lona. Las películas eran en blanco y negro, las del Cine de Oro Mexicano.
La gente salía con sus sillas, refrescos y frituras. O solo con las ganas de pasar un buen rato mientras veía alguna película cómica.
Los niños nos sentábamos en el suelo, al fin y al cabo eso éramos: pequeños seres humanos sin preocupaciones.
No recuerdo cuántas veces ocurrió, pero persisten en mi memoria aquellas tardes de cine popular.
Eran los años 80.